El mercado de San Juan

La historia del Mercado de San Juan de la Ciudad de México se remonta a muchos años atrás. Algunos dirían inclusive que tuvo sus orígenes en la época colonial. Este mercado, como lo conocemos actualmente, tuvo su inicio en el año 1933

Se formó cuando varios comerciantes fueron ubicados en una antigua fábrica de cigarros (El Buen Tono). La calle donde se encuentra tomó el nombre del dueño de la fábrica de cigarros, Ernesto Pugibet, y el mercado por lo tanto también adoptó el apellido, siendo el Mercado de San Juan Pugibet, mejor conocido como simplemente El Mercado de San Juan.

Lo más relevante, más allá de su historia, es que es uno de los lugares de la Ciudad en donde se pueden conseguir materias primas e insumos de primerísima calidad y frescura. Desde cosas sumamente exóticas, como escorpiones tostados y carne de caimán, víceras de todas clases, carne de conejo, carnero, hongos secos de todas clases, vegetales raros, hasta alimentos «comunes» de gran calidad y diferenciados a lo que se consigue en otros lugares. Los mejores higos, por su tamaño y sabor, pueden encontrarse ahí.

Específicamente hablando de insumos para paella, existe una variedad de locales de mariscos, embutidos, carnes y condimentos, donde cualquier paellero exigente podría surtirse de todo lo necesario.

La Única

Baltasar

Bertin Osborne

 

El Puerto de Santander

La Catalana

El Puerto de Santander

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entre los locales más interesantes, son obligados «La Catalana», para obtener embutidos elaborados con técnicas y condimentos españoles; «El Puerto de Santander», pescadería con una gran variedad de pescados y mariscos; «Bertin Osborne», abarrotes finos que no se encuentran con facilidad y variedad de hongos secos; «La Única», salchichonería y abarrotes donde pueden encontrarse, entre otros, hojas de parra secas y en salmuera.

 

El mercado de San JuanMercado de San Juan
Ernesto Pugibet No. 21
Centro Histórico de la
Ciudad de México
06000 CDMX

Los orígenes de la paella

La paella es, sin duda, uno de los platillos más reconocidos internacionalmente como emblema de la gastronomía española. Existen diversas versiones en cuanto al posible origen de este delicioso platillo. Lo que sí se sabe, es que fue creado en Valencia.

Paella se llama la sartén en que se preparaba y al guiso se le conocía como «Arroz a la valenciana». Fue entre los siglos XV y XVI, cuando los campesinos de la región se vieron en la necesidad de crear un platillo que fuera fácil de preparar y que pudiera elaborarse con los ingredientes que tuvieran a la mano (lo cual podía variar). En aquel entonces, la base de este plato era el arroz sazonado con azafrán y se acompaña de distintas verduras frescas y las carnes que estuvieran disponibles, por lo regular aves y conejo salvaje.

La combinación del arroz con carnes y mariscos, no es original. De hecho, para muchos valencianos esa receta es una aberración. Esta fue una adición posterior.

En sí, no hay una receta única. Se elabora de diferente manera según la región, la familia o, inclusive, la disponibilidad de materias primas. El mismo Don Cándido, reconocido paellero en el ámbito internacional, ante la pregunta sobre cuántas recetas de paella existen respondió «al menos una por cada español».

En cuanto al nombre Paella que se dio a este platillo, se tiene al menos un par de hipótesis idiomáticas. Por un lado se cree que puede provenir del latín «patella», que significa algo así como sartén. Tiene sentido, en tanto que, como ya mencionábamos, paella es también el nombre de la sartén donde se prepara y no paellera. Paellera sería la mujer que hace paella. Hay otra versión que sugiere que la palabra paella proviene del árabe «baqiyah».

Y no falta la intención de sazonar la historia con un poco de romanticismo, en donde se dice que el término fue dado por un hombre que quería obsequiar este delicioso plato a su amada, a través de un apócope utilizado popularmente en español queriendo significar «por ella» o «para ella».

El vino y la comida

Definitivamente, uno de los principales propósitos al degustar un buen vino, aunque no el único, es acompañar una rica comida, complementando una experiencia placentera «potenciada». Y cuando esto se hace bien (o sale bien), se consigue vivir uno de los placeres más exquisitos posibles.

Si bien hay algunas «reglas» o recomendaciones de cómo puede lograrse una combinación adecuada, un maridaje o matrimonio entre ambas degustaciones, no existe mejor consejo que la frecuencia. Hay que dedicar tiempo suficiente para comer y beber con constancia y en una gran cantidad de ocasiones, para adquirir e ir refinando esa sensibilidad.

Tomo el título de este artículo del libro Todo sobre Vinos de Jonathan Ray, pues me tomaré la libertad de reproducir íntegro un apartado que el  autor dedica a este tema. De igual manera, reproduzco las fotografías que lo ilustran, tomadas por el fotografo Alan Williams.

 

EL VINO Y LA COMIDA
Jonathan Ray – Todo sobre Vinos

«Existe sólo una regla estricta para tener en cuenta al combinar vino y comida, y es la siguiente: no tenga miedo. ¡Experimente!

«Prueba y error es la única forma de encongtrar una pareja perfecta donde el vino combine con la comida en armonía, uno mejorando el otro. En términos generales, cuanto más liviano es un plato, más liviano debe ser el vino, y cuanto más pesado es un plato, más pesado debe ser el vino. Pero se recomienda probar alguna vez, y si resulta en un error, suspender. La próxima vez saldrá mejor.

«Desde ya, existen algunas combinaciones clásicas que son difíciles de superar: una botella fría de Muscadet Sur Lie con un plato de ostras, por ejemplo.

«Un Borgoña tinto con un plato de boeuf bourgignon donde después de todo la carne es cocida en ese vino, o un Cahors tan negro como la tinta con cassoulet, pero estas parejas no aparecen escritas en tablas de piedra. Cada uno tiene diferentes gustos y si bien siempre hay que tener en cuenta la experiencia de los que recorrieron ese camino con anterioridad, la única manera de descubrir lo que a cada uno le agrada es probarlo por sí mismo.

«No se sienta amedrentado de servir vino tinto con pescado, por ejemplo. Pronto descubrirá si la combinación le agrada o no. Ignore a los que con la nariz levantada lo miran con desdén por haber cometido un suicidio social. Aunque es verdad que la mayoría de los tintos presentan un sabor desagradable a metal con el pescado o con los mariscos, hay algunas combinaciones que funcionan a la perfección: Pinot Noir de Oregon con salmón o con una rodaja de atún, por ejemplo. De la misma forma, no tiene sentido restringir el vino dulce al acompañamiento de una torta. Un atractivo Sauternes, Bdaumes-de-Venise va muy bien con un paté de foie gras en la entrada de una comida al igual que con un queso azul fuerte al final.

 

«En Europa, los vinos tuvieron siglos para evolucionar de manera tal que se adecuan a la cocina local a la perfección y viceversa. No es por accidente que los vinos blancos del Loire combinen tan bien con los mariscos. No hay nada mejor con la comida griega que un Retsina. El Tokay Pinot Gris va muy bien con un choucroute Alsacienne. El Nuevo Mundo no cuenta con esta historia enológica de combinaciones de comida, lo que tal vez le permita al aficionado ser un poco más aventurero y atrevido».